FUENTE:http://untrabajadorunahistoria.blogspot.com
En huelga de hambre desde: 3 de Mayo
Edad: 25 años
Puesto en LyFC: Recursos Materiales
Se llama Natividad, y la llaman Nati. Me mira con suspicacia. Lleva los ojos perfectamente delineados y resulta difícil sortear su mirada inquisidora y escéptica. No confía en mí. ¿Por qué habría de hacerlo, si me presento como periodista? Por otra parte, siempre me es más difícil hablar con las mujeres y establecer un puente de confianza con ellas, por extraño que pueda parecer. Tal vez porque un hombre acepta con más ganas –o con algo más de ilusión- una entrevista con una chica. No lo sé. En cualquier caso, ellas no. Ellas están cansadas. Cansadas de dar entrevistas interminables a los grandes medios que luego no se muestran en televisión, como si se estuvieran burlando de ellas, agotándolas a propósito. Cansadas del calor, del hambre, de la debilidad, del hastío y de la enorme indiferencia de unos pocos, que, sin embargo, condicionan a tantos. Cansadas, sobre todo, del silencio mediático que ignora olímpicamente su sacrificio. Y sin embargo, Nati se arma de paciencia y se dispone a contestar a mis preguntas. Con aplomo. Sin concesiones. Su madre, que ha venido a visitarla, se retira discretamente para que yo pueda hablar con su hija. Más tarde me daré cuenta de la importancia de este gesto. Pero de momento sólo le pregunto a Nati sobre su trabajo, sobre su vida. Trabaja en Recursos Materiales, donde despachaba cables, taladros, vales para gasolina, brocas, etc, a las cuadrillas de LyFC. Eso cuando había algo que despachar. Porque los pedidos llegaban con meses de retraso. O a veces, no llegaban nunca.
Toda su familia trabaja en LyFC, pero ninguno de ellos ha querido liquidarse. Es por eso que han tenido que venderlo todo. Poco a poco, la casa se ha ido quedando vacía. Le duele pensar en ello. Sin muebles. Sin adornos. Han vendido en el tianguis cuanto ha sido posible, y lo que no han podido vender, lo han empeñado. La pequeña sobrina de Nati ha aprendido que no debe hablar de comida enfrente de su tía. Tiene solo cuatro años, pero ya le pregunta a su madre, con exquisito tacto, si tenemos dinero para comprar un dulce. A Nati, sin embargo, no le importa hablar de comida. Tampoco a ningún otro huelguista de hambre. De hecho, les encanta. Es su manera de imaginar que no sienten esa hambre atroz que les rasga las entrañas. Porque casi todos han pasado ya el punto crítico: el momento en que al cuerpo se le agotan las reservas de lípidos y comienza a consumir sus propias proteínas. El momento a partir del cual las lesiones son irreversibles y el cuerpo se autoconsume. Ese momento suele presentarse entre el vigésimo y trigésimo día de ayuno y se reconoce porque tras muchos días de extraño, casi etéreo bienestar, los huelguistas se ven acosados por un hambre atroz. Es el grito del cuerpo famélico que clama por su sustento.
Todos los huelguistas sueñan con comida y por las mañanas se acercan a las bardas de seguridad para seguir con los ojos cómo los viandantes se comen sus tamales. Una de las ocupaciones preferidas del grupo de mujeres (a día de hoy quedan siete) es ver programas de cocina por televisión. Nati afirma que apuntan cuidadosamente todas las recetas en una libreta. También los hombres ven con ansiedad los programas de cocina. Uno de ellos incluso dice que cuando salga de aquí se hará chef. Dice Nati que se siente encerrada, que está cansada ya de dar vueltas sobre la misma baldosa. Algún desaprensivo les mandó una pizza una de estas noches. Pero, en general, la gente es solidaria. Nati se conmueve al ver cómo gentes de todos lados se acercan para entregarles una botellita de agua. Gente que no tiene para comer, dice, pero que colabora con lo que puede. Y créanme que no es fácil conmover a Nati. Desengañada de un mundo injusto con ella, dice que lloró en los días que siguieron a la extinción. Tenía sueños. Mudarse tal vez con su novio, que viene a visitarla cada noche y hace guardias nocturnas en el “círculo blanco” que protege a los huelguistas de hambre, su novio, que aunque no es del SME, volantea como el que más. Casarse, estudiar la licenciatura que no pudo estudiar. Tener, en fin, una vida.
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