De pronto, en horas, las historias pretendieron ser reinterpretadas. A la nacional, la bicentenaria, se buscó convertirla onerosamente en desfile de ocurrencias sin contexto, mero telón de fondo para el lucimiento del gran protagonista, FC, celosamente acaparador de reflectores. Y a la actual, la de la tragedia sangrienta de los días que corren, de los asesinatos de civiles y la violación de derechos humanos, de la guerra que nadie pidió pero fue instalada en busca de legitimidades pasadas y emplazamientos futuros de continuismo, se le tiñó propagandísticamente de cordialidades ciudadanas, de fusión popular deseosa de fotografiarse junto a las máquinas de combate y los ejecutores crudos de los arrebatos de las cúpulas.
Despilfarro de recursos en pos de una imposible modificación de juicios históricos. Felipe, el Bueno, regala al pueblo desfiles patrios y entretenimiento variado, tratando de dejar atrás la memoria de los cuatro años de horror económico y social. El 15, por la tarde, celebra la independencia nacional mediante montajes escenográficos asignados a una empresa extranjera que funde criterios de carnaval, Disneylandia y Desfiles de las Rosas para ofrecer en México un espectáculo colonizado (con el asomo de una escultura cuyo rostro sugerente de ciertos parecidos acabó siendo bautizada en Twitter como El NarColoso, por su semejanza con la imagen de Jesús Malverde, el presunto protector venerado por narcotraficantes........