19 mayo 2010

Un trabajador, Una historia, otro valiente Smeita.


Nombre: Ricardo Pérez Flores
Comienzo huelga de hambre: 30 de Abril
Puesto en LyFC: mecánico automotriz
Edad: 34

Creo que Ricardo no quiere que cuente su historia: tiene sus propias ideas sobre cómo manejar a los medios de comunicación que tanto daño le han causado a éste y a tantísimos otros movimientos. Los mismos medios que alegremente anuncian curiosísimos sabotajes o que juran haber visto a huelguistas atracándose con batidos de vainilla y fruta. La lluvia cae torrencialmente del cielo y se cuela por arriba y por debajo de la carpa mientras Ricardo evade con sibilina elegancia la mayor parte de mis preguntas y se las lleva hacia su propia cancha de juego, la cancha de las consignas ideológicas, de los discursos de justicia social. Tal vez no ayuda el hecho de que yo sea española y de que él conozca perfectamente los intereses de mi país en la industria eléctrica mexicana. Los blancos –me dice, mirándome directamente a los ojos, y de repente me siento muy güera- vinieron por nuestra riqueza y un día vendrán por nuestra pobreza. Es una cita de Jacinto Canek, me aclara. Y ahora, pensando de nuevo en las palabras de Ricardo, se me ocurre que quizá ello aplica a mí también, yo, que voy a robarles lo último que les queda: sus historias. Algo sin duda sobre lo que reflexionar, pero no ahora, sino más tarde, porque cada segundo que pasa corre en contra de los huelguistas en este pulso desesperado por ganarle la mano al gobierno.

A pesar de su activismo redomado y de su muy respetable desconfianza hacia los medios de comunicación en general y hacia mi persona en particular –supongo-, accede a esbozarme muy levemente su vida. Ricardo estudió en un CCH y está enormemente orgulloso de la educación que recibió. Ya desde entonces comenzó a participar en huelgas estudiantiles. Tal vez ahí, me permito conjeturar, se forjó su inquebrantable espíritu de lucha. Le tocó la licenciatura de planificación para el desarrollo agropecuario, y lógicamente –¡imagínate cómo está el campo en México! me dice- nunca pudo ejercer su verdadera profesión. Entró pues a LyFC, la empresa donde trabajaba su padre, a trabajar como mecánico automotriz. Manejaba una de las seis grúas de la empresa y se encargaba de la reparación y el transporte de los vehículos averiados. LyFC poseía seis grúas para un parque de 3.500 vehículos. Cobraba por ello unos 8000 pesos (470 euros) al mes y soñaba con comprarse un pequeño departamento en la capital y un terreno en el campo.

El préstamo para la casa estaba ya programado para diciembre de 2009 y todo parecía ir sobre ruedas. Tenía en mente un presupuesto de unos 400.000 pesos (unos 25.000 euros) para comprarse un pequeño departamento en la ciudad, tan cerca del centro como fuera posible. Una de las ventajas de las que disfrutaban los trabajadores de LyFC era la concesión de préstamos hasta a treinta años sin interés. También eso, sin embargo, ha terminado con la súbita y apresurada extinción de la empresa. El derecho a no pagarle interés a los bancos se perdió junto con los fondos de ahorro acumulados tras quince años trabajando en la empresa. Los ojos de Ricardo brillan de indignación: él no quiere ser presa de banco alguno. Tampoco desea que sus compañeros lo sean. Muchos de sus compañeros en huelga de hambre tienen familias que mantener. Ricardo no: por eso está aquí. Para ser el primero en predicar con el ejemplo.

Ricardo mantiene sobre sí mismo un férreo control y permanece en pie mientras el resto de huelguistas se acurruca en sillas o camastros que amenazan con convertirse en frágiles barquichuelas en cualquier momento. La lluvia arrecia y el agua va trepando por los pies de los que nos hallamos bajo la carpa. No es fácil realizar una entrevista en estas condiciones, la verdad. No es fácil estar de pie, y aún menos moverse en un remolino de actividad de aquí para allá, como lo hace Ricardo, después de dos semanas sin comer. Pero él se empeña contra viento y marea en predicar con el ejemplo. Tampoco es nuevo en estas lides: esta es su tercera huelga de hambre. Ha triplicado ya, sin embargo, sus mejores marcas de ayuno, y muestra profundas sombras violetas bajo los ojos, aunque conserva la mente excepcionalmente lúcida. Dice que a veces se marea, pero le quita importancia. Cuenta con el inquebrantable apoyo de su familia, y eso ayuda. En efecto, al rato aparece Cecilia, su hermana, ataviada con el mandil (delantal) revolucionario del grupo de mujeres de familias en pie de lucha. También la madre de ambos pertenece al grupo de apoyo. Su símbolo es el puño del SME enarbolando un sartén y han tenido que enfrentarse, además de al consabido desinterés general, a las duras críticas de las feministas, que las increparon durante el Foro Social Mundial para que dejasen de exhibirse como amas de casa y asumieran su identidad revolucionaria. Se me ocurre que tal vez –arriesgada teoría- estas mujeres están luchando, precisamente, para poder continuar siendo amas de casas. No es el caso, sin embargo, de Cecilia. Ella, acreditada maestra de historia, muestra, como su hermano, una férrea voluntad de lucha y sabe cómo manejarse en una entrevista.

Y luego está el terreno que Ricardo quería comprarse. Un par de hectáreas en alguna región de provincia, en Morelos, tal vez, tierra del general Zapata, o en Michoacán, donde el agua abunda. Un par de hectáreas para comenzar su proyecto agrónomo, su huerta de semilla criolla, libre de transgénicos, un lugar adónde ir los fines de semana, como hacían tantos otros trabajadores de LyFC, que se escapaban al “terri” los fines de semana para regresar el lunes de madrugada. Un lugar donde jubilarse en paz algún día y practicar la soberanía agraria. Sin querer –y soy culpable de esta grave falta de educación- el tema va mudando hacia la comida. Hacia los insípidos tomates transgénicos de Wal-Mart, que son muy bonitos pero no saben a nada, y hacia los sabrosos tomates de Chiapas, dulcísimos, que se deshacen en la boca como magia. Por un brevísimo instante me parece que la fortaleza de Ricardo va a desmoronarse, que su coraza de revolucionario va a romperse. Por un brevísimo instante vislumbro la luz franca de su espíritu, su amor por su tierra, la increíble dificultad de lo que está haciendo, el hambre corrosiva en una lucha casi desesperada. Pero luego, rápidamente, se nos recuerda que no deberíamos estar hablando de tomates. La cruel puerta se cierra y Ricardo vuelve a estar en completo control de su ser. Fuerte, seguro de sí mismo. El revolucionario que quiere ser: aquél que predica no solo con la palabra, sino con el ejemplo.
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