Provocado por un niño de 13 años de edad, Elías Mussali Bissu, quien reclamó al presidente que se preocupe por los niños que, por su pobreza, no pueden estudiar, Felipe Calderón confesó ante la comunidad judía que en México se han hecho fortunas inmensas al abrigo del poder, por lo que hacen falta servidores públicos orientados al bien común.
Sin nombrarlos, Calderón aludió a los gobiernos priistas cuando declaró, en una reunión con la Cámara de Comercio de México, que el país fue educado en la cultura de la complicidad, la corrupción y la transa.
Habría que precisar ambas afirmaciones. No es el país el que se ha educado en esa cultura de la corrupción, sino el gobierno. Y no hay nada nuevo en lo dicho por Calderón. Funcionarios y políticos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se enriquecieron con el erario. Al grado de que, con cinismo, acuñaron la frase “vivir fuera del presupuesto es un error”.
Pero si la corrupción fue la marca de los priistas durante sus 70 años en el poder, ¿qué han hecho los panistas en los 10 años que llevan al frente del gobierno federal? Sería interesante que Calderón hiciera una autocrítica de su gobierno y del de Vicente Fox. Ambos, simplemente, han sido cómplices, omisos y promotores de esa corrupción que lacera a la sociedad mexicana.
Lejos de combatir la corrupción, los gobiernos panistas alentaron, en la última década, el abuso del poder, el desvío de recursos públicos, la complicidad con empresarios, el chantaje político y el encubrimiento y protección de funcionarios y políticos que han corrompido las leyes y han asaltado las arcas públicas.
Calderón puede acusar a los priistas una y otra vez, y no se va a equivocar. Pero donde falla es al excluirse de la crítica, pues las evidencias de corrupción en este gobierno y en el de su antecesor Fox son, quizás, igual o más perversas que las cometidas en los 70 años que el PRI mantuvo el poder político.