Martín Esparza Flores / Revista Siempre
Hace justo un año, cuando las campañas electorales llegaban a su mayor apogeo, el entonces candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, se comprometió en reiteradas ocasiones a bajar las tarifas eléctricas tanto en el consumo doméstico como industrial. Tal planteamiento lo expresó en ciudades como Villahermosa, Veracruz y Tijuana; en esta última, por ejemplo, destacó como improrrogable la reducción en los cobros de electricidad, por ser parte de un sentido reclamo en un estado golpeado por un verano de más de 40 grados centígrados.
Faltaba un mes para los comicios donde se definiría la Presidencia de la República y el abanderado del tricolor proponía a todo México una reforma energética que entre sus principales objetivos tendría el bajar las tarifas eléctricas calificadas entonces por Peña Nieto como elevadas, impidiendo hacer más competitivos los sectores productivos del país.
Su spot difundido una y otra vez en los medios destacaba: “Éste es mi compromiso y tú sabes que lo voy a cumplir”. Y para sellar su pacto con los potenciales electores, tamizaba sus promesas con el slogan: “Te lo firmo y te lo cumplo”. Y en efecto, ante notarios de diversos estados, el aspirante presidencial firmó públicamente compromisos como el de evitar alzas en la canasta básica, mayor empleo, elevar los salarios y el nivel de vida de los que menos tienen. Algunos de los puntos contenidos en su decálogo de campaña.
A casi seis meses de su administración, la realidad social que viven los mexicanos a los que se les prometió un rumbo distinto en la economía que debería beneficiarlos es similar o peor a la de hace un año; en millones de hogares crece la indignación porque sus recibos de luz se incrementan mes a mes y los industriales acaban de ver impactados sus procesos y costos de producción, por un incremento del 8.4 por ciento en sus tarifas; la economía apenas ha crecido en un uno por ciento y la reforma laboral anunciada como el detonante mágico para crear más y mejores empleos ha sido utilizada por los patrones para aniquilar empleos formales y abusar de las outsourcings, ahora legalizadas y consentidas en la involución laboral.