Las versiones que corrieron el fin de semana sobre el cerco que la PGR habría tendido para detener a Carlos Romero Deschamps embonan con lo que funcionarios del gobierno peñanietista repiten sotto voce: los días del secretario general del sindicato petrolero están contados.
No hay nada concreto, pero sí una versión extendida: Romero Deschamps es primer lugar entre las figuras oficiales que cuestan más de lo que valen, desprestigian y complican el plan de vuelo rumbo a un Pemex del siglo XXI.
El diseño estratégico del gobierno para conseguir en el segundo semestre una reforma energética “que valga la pena” es una pieza de relojería donde no cabe un paquidermo al que medio México señala como quintaesencia de la corrupción. Un líder sindical con 20 años en el cargo convertido en símbolo de oprobio, enriquecimiento inexplicable, despilfarro ultrajante.
No se habla de cárcel, sino de una salida por la puerta trasera de la que, según esto, Romero Deschamps estaría enterado. Dejar la dirección del sindicato y desaparecer por un largo tiempo, preferentemente de por vida.
El caso de Elba Esther Gordillo volvió a probar que en estos conflictos de intereses e imagen no solo no hay imprescindibles, sino que la extinción del líder libera espacios y energía en el sindicato, produce una fuerza renovadora y aporta una apreciable moneda de cambio para la negociación.
El gobierno sabe que pocos se envolverán en la bandera gremial para defender a Romero Deschamps. Y que la reforma vale el riesgo.
Todo indica, pues, que es el final del papá de José Carlos y Paulina Romero.