Nombre: Marco Antonio Moreno Aranda
En huelga desde: 28 de Abril
Edad: 35 años
Puesto: ayudante especial – construcción electrificación aérea
Se llama Marco. Dice que la piel se le va secando poco a poco, que se le está volviendo quebradiza, como si se estuviese haciendo viejo a pasos acelerados. Su esposa, una mujer menuda a la que he visto pasar fugazmente, es enfermera del seguro social. Tienen dos hijos, un niño de diez años y una niña de siete. Antes de venirse a la huelga de hambre, Marco se compró dos labradores para que la casa estuviese segura en su ausencia: cómo se le va a olvidar que hace algunos años alguien intentó llevarse a su niña. En los meses que han seguido a la extinción de LyFC ha tenido la oportunidad de pasar más tiempo con sus hijos del que acostumbraba. Los echa mucho de menos. Sobre los hombros de su esposa recae ahora la difícil tarea de hacer a la vez de papá y de mamá: trabajar, checar si los niños han hecho la tarea, bañarlos, darles de cenar, acostarlos, levantarlos, preparar el desayuno y el lunch para que se lleven algo a la escuela.
Marco es soldador. Tuvo, hace tiempo, un buen taller donde hacía herrería: barandales, puertas, ventanas, lo que surgiera. Era bueno. Tuvo que abandonar el terreno donde estaba instalado su taller e irse a otro lugar donde comenzar de nuevo. Se fue a Ecatepec, donde abrió un nuevo taller, pero había que darle tiempo al tiempo hasta volverse a aclientar. Entretanto, la necesidad apretaba y Marco decidió irse unos meses a Estados Unidos a juntar algún dinero. Recomendado por una hermana de su tío consiguió trabajo de repartidor de materiales de la construcción en un pequeño pueblo de New Jersey. Ganaba seis dólares la hora, una fortuna al cambio vigente, y no era un mal lugar donde vivir. La gente era tranquila y los conejos bajaban del monte para pasearse libremente por las calles del pueblo. En México, dice Marco, se los habrían comido. El 4 de julio, con motivo de la fiesta de independencia, les dieron de comer y beber a todos gratis en el pueblo. Y había mucho trabajo que hacer, mucho dinero por ganar. Poco a poco, Marco se fue haciendo valioso para la empresa. Comenzó a hacer arreglos y soldaduras y le subieron el sueldo a siete dólares la hora.
NOTA COMPLETA: http://untrabajadorunahistoria.blogspot.com/2010/05/marco.html
En huelga desde: 28 de Abril
Edad: 35 años
Puesto: ayudante especial – construcción electrificación aérea
Se llama Marco. Dice que la piel se le va secando poco a poco, que se le está volviendo quebradiza, como si se estuviese haciendo viejo a pasos acelerados. Su esposa, una mujer menuda a la que he visto pasar fugazmente, es enfermera del seguro social. Tienen dos hijos, un niño de diez años y una niña de siete. Antes de venirse a la huelga de hambre, Marco se compró dos labradores para que la casa estuviese segura en su ausencia: cómo se le va a olvidar que hace algunos años alguien intentó llevarse a su niña. En los meses que han seguido a la extinción de LyFC ha tenido la oportunidad de pasar más tiempo con sus hijos del que acostumbraba. Los echa mucho de menos. Sobre los hombros de su esposa recae ahora la difícil tarea de hacer a la vez de papá y de mamá: trabajar, checar si los niños han hecho la tarea, bañarlos, darles de cenar, acostarlos, levantarlos, preparar el desayuno y el lunch para que se lleven algo a la escuela.
Marco es soldador. Tuvo, hace tiempo, un buen taller donde hacía herrería: barandales, puertas, ventanas, lo que surgiera. Era bueno. Tuvo que abandonar el terreno donde estaba instalado su taller e irse a otro lugar donde comenzar de nuevo. Se fue a Ecatepec, donde abrió un nuevo taller, pero había que darle tiempo al tiempo hasta volverse a aclientar. Entretanto, la necesidad apretaba y Marco decidió irse unos meses a Estados Unidos a juntar algún dinero. Recomendado por una hermana de su tío consiguió trabajo de repartidor de materiales de la construcción en un pequeño pueblo de New Jersey. Ganaba seis dólares la hora, una fortuna al cambio vigente, y no era un mal lugar donde vivir. La gente era tranquila y los conejos bajaban del monte para pasearse libremente por las calles del pueblo. En México, dice Marco, se los habrían comido. El 4 de julio, con motivo de la fiesta de independencia, les dieron de comer y beber a todos gratis en el pueblo. Y había mucho trabajo que hacer, mucho dinero por ganar. Poco a poco, Marco se fue haciendo valioso para la empresa. Comenzó a hacer arreglos y soldaduras y le subieron el sueldo a siete dólares la hora.
NOTA COMPLETA: http://untrabajadorunahistoria.blogspot.com/2010/05/marco.html