Martín Esparza Flores*
Si el candidato priísta Enrique Peña Nieto admitió haber leído, entre contados libros, La Biblia, le haría bien reflexionar hasta qué niveles de pobreza ha llevado el modelo neoliberal a millones de habitantes no sólo de México sino del mundo, al entregar a consorcios internacionales las riquezas naturales y energéticas que deben ser aprovechadas en beneficio de las mayorías, no sólo como lo establece en el terreno espiritual La Biblia, sino en nuestra propia Constitución Política.
Convencidos de que su triunfo en 2012, y su retorno a Los Pinos, es un hecho, los priístas parecen extraviarse en el terreno meramente electoral y olvidan en el desván de los tiliches la ideología que dio sustento y razón histórica al nacimiento de su partido a principios del siglo pasado. Valores que harían bien en retomar.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) está fraccionado en dos corrientes: una, y por desgracia minoritaria, que lucha por recobrar el sentido patriótico y nacionalista que hizo posible que los anhelos sociales de los campesinos y los obreros quedaran plasmados en la Constitución de 1917, lo que justificó el millón de vidas que costó la Revolución, y para dar vida, más tarde, al Partido Nacional Revolucionario (cimiente de su actual instituto político).
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