Aprovechar el respiro
Los dos asuntos más delicados del momento que vive nuestro país son el agravamiento de la violencia y los riesgos de que se intensifique el conflicto social. En ambos casos se presenta una circunstancia favorable que habría que aprovechar.
Aún dentro de la efervescencia que se vive, hay un respiro. Las elecciones terminaron. Se pudo evitar un desenlace trágico en la huelga de hambre del SME. El Ejército ha logrado éxitos en el combate a la delincuencia organizada. Agosto es, de por sí, un mes menos intenso. En cuatro semanas, los calendarios políticos volverán a concentrar la tensión política. Si no se aprovecha este momento, los problemas volverán, magnificados, en septiembre, justo cuando empiecen los trabajos del Congreso y las celebraciones del Bicentenario.
Habría que acelerar la respuesta a los compromisos que hizo el gobierno con el SME. Lo peor que puede ocurrir en este momento es que, sin la presión inmediata, se vuelva a bloquear el proceso o, peor aún, se intente sabotear el acuerdo. No hay tiempo que perder. Habría, también, que abrir un camino de diálogo con los mineros.
En el caso de la violencia, el problema es mucho más complejo. La percepción de victorias inmediatas, se sabe, puede agotarse rápidamente. Están ocurriendo hechos tan graves todos los días que aquí lo que se necesita no es una corrección marginal, sino aprovechar estas semanas para revisar con la mayor responsabilidad y precisión el horizonte de los próximos meses.
Hay problemas que no se podrán resolver por mucho tiempo. Pero hay una decisión donde se ha abierto una oportunidad que no debiera desaprovecharse. Los últimos acontecimientos de violencia, desde la bomba de Ciudad Juárez hasta lo ocurrido en el penal de Gómez Palacio, son a tal punto desestabilizadores que lo menos que tiene que preguntarse el gobierno es si en la ruta trazada tiene lo suficiente para transitar.
Todo indica que no, por lo que habría que aprovechar la combinación de gravedad con fortuna, para encarrilar por otra vía la política de seguridad que, se coincide, ha tenido deficiencias evidentes. Es el momento de convenir un camino alterno y, con la nueva dirección, de fortalecer la capacidad de coordinación e instrumentación.
Hay temas que no se pueden soslayar. ¿Algunas de las autoridades locales en los estados de mayor violencia resistirán la presión a la que están sujetas por dos años más? ¿Hay alguna posibilidad de éxito en los componentes sociales de la política con la actual organización de la administración pública? ¿Por qué no se logra una movilización en gran escala de la sociedad para educar, prevenir y atender los problemas de drogadicción? ¿Qué impide llevar a cabo acciones ejemplares contra el blanqueo de dinero?
El camino es largo y sinuoso. Lo primero es encausar la política de seguridad en una dirección donde al final se vea la luz y en donde los pasos en esa dirección vayan prestigiando a las instituciones. Lo primero es construir un acuerdo donde hoy existe desacuerdo.
Coordinador del Diálogo para la Reconstrucción de México (DIA)
