A escasas dos semanas de entregar el gobierno a su sucesor, dos aspectos de la conducta de Felipe Calderón llaman la atención; uno, refleja serenidad y satisfacción que, en su caso particular, es fácilmente confundible con un acendrado cinismo, de quien dejando al país en un escenario de desastre y destrucción de valores, esperanzas e instituciones, y con un futuro poco halagüeño, parece satisfecho de sus logros; el otro, es el expresado por sus colaboradores cercanos, como el secretario de Gobernación, y aun por él mismo, en referencia a cómo su antecesor dejó el país, tratando de dar la idea de que recibió un país caótico (lo cual es cierto en buena medida),
una casa infestada de ratassegún su antiguo compañero de parrandas y hoy secretario de Gobernación, de lo cual el propio Calderón fue partícipe, en tanto, ningún señalamiento hizo ante las autoridades de justicia para castigar los desmanes de su antecesor y su familia, gracias al pacto con éste, que le abrió el acceso a Los Pinos.
Uno de los aspectos más negativos de toda esta actitud es el de la enseñanza que está dejando a las nuevas generaciones de mexicanos, de que se pueden llegar a ocupar los más altos puestos públicos, sin plantearse realmente ningún compromiso con la nación......
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