Como en las fiestas populares donde nunca faltan los llamativos juegos pirotécnicos que tras de sí dejan una densa cortina de humo que todo lo confunde, lo mismo parece acontecer con la reforma laboral, tan llevada de una cámara a otra, primero como iniciativa preferente y ahora como modificada minuta senatorial.
Nada queda en claro sobre temas trascendentes para el futuro de los trabajadores, como la democracia, la transparencia sindical y las afectaciones a asuntos de primer orden, como la seguridad social.
Empero, de toda la trama política y legislativa montada en torno a su polémica aprobación, a los trabajadores y a los sindicatos les ha quedado bien claro que si quieren realmente luchar por la defensa de sus derechos sindicales, deben empezar a marcar una clara línea divisoria de gobiernos y partidos para autentificar y hacer valer su autonomía.
No hay asomo a la menor duda de que hace varias décadas, en todo el mundo, el predominio del modelo neoliberal ha buscado restar fuerza a los sindicatos, y de manera especial a las organizaciones independientes que han enarbolado, con sus contratos colectivos de vanguardia, la lucha de toda la clase trabajadora. Por supuesto que México no es la excepción.
Por esta razón cae en el terreno de lo inexplicable que hasta la propia izquierda política se haya enfrascado, en el Senado de la República, en la denodada búsqueda de una reforma sindical más que laboral, es decir, que antepusiera el interés político de arremeter contra el corporativismo del Partido Revolucionario Institucional a la prioridad de debatir temas como la contratación por hora, los contratos de prueba y capacitación, las enfermedades de trabajo. En esta inercia, sencillamente no analizaron el verdadero sentido de las afectaciones de los derechos individuales de los trabajadores.